07 de maig 2019

Bettelheim, Bruno
Psiconálisis de los cuentos de hadas Barcelona: Críica, 1977

Actualmente, como en otros tiempos, la tarea más importante y, al mismo
tiempo, la más difícil en la educación de un niño es la de ayudarle a 
encontrar sentido en la vida. Se necesitan numerosas experiencias durante 
el crecimiento Para alcanzar este sentido. El niño, mientras se desarrolla, 
debe aprender, paso a paso, a comprenderse mejor; así se hace más capaz 
de comprender a los otros y de relacionarse con ellos de un modo 
mutuamente satisfactorio y lleno de significado.


Para alcanzar un sentido más profundo, hay que ser capaz de trascender
los estrechos límites de la existencia centrada en uno mismo, y creer que 
uno puede hacer una importante contribución a la vida; si no ahora, en 
el futuro.
El niño encuentra este tipo de significado a través de los cuentos de hadas.
Pero mi interés en los cuentos de hadas no es el resultado de este análisis
técnico de sus valores. Por el contrario, es la consecuencia de preguntarme 
por qué, en mi experiencia, los niños —tanto normales como anormales, 
y a cualquier nivel de inteligencia— encuentran más satisfacción en los 
cuentos de hadas que en otras historias infantiles.
Para poder dominar los problemas psicológicos del crecimiento -superar
las frustraciones narcisistas, los conflictos edípicos, las rivalidades fraternas;
renunciar a las dependencias de la infancia; obtener un sentimiento de 
identidad y de autovaloración, y un sentido de obligación moral—, el 
niño necesita comprender lo que está ocurriendo en su yo consciente y 
enfrentarse, también, con lo que sucede en su inconsciente.
Hoy en día los niños no crecen ya dentro de los límites de seguridad que
ofrece una extensa familia o una comunidad perfectamente integrada.
 Por ello es importante, incluso más que en la época en que se inventaron 
los cuentos de hadas, proporcionar al niño actual imágenes de héroes que 
deben surgir al mundo real por sí mismos y que, aun ignorando 
originalmente las cosas fundamentales, encuentren en el mundo un
 lugar seguro, siguiendo  su camino con una profunda confianza interior.

El cuento de hadas: un arte único

El placer que experimentamos cuando nos permitimos reaccionar ante un
cuento, el encanto que sentimos, no procede del significado psicológico del mismo
(aunque siempre contribuye a ello), sino de su calidad literaria; el cuento es en sí
una obra de arte, y no lograría ese impacto psicológico en el niño si no fuera, ante
todo, eso: una obra de arte.
Sin embargo, debemos anotar una limitación especialmente importante: el
verdadero significado e impacto de un cuento de hadas puede apreciarse, igual que
puede experimentarse su encanto, sólo a partir de la historia en su forma original.
La descripción de los personajes significativos de un cuento da muy poca idea de lo
que éste es en realidad, al igual que ocurre con la apreciación de un poema al
escuchar el desenlace del mismo.
El cuento es terapéutico porque el paciente encuentra sus propias soluciones
mediante la contemplación de lo que la historia parece aludir sobre él mismo
y sobre sus conflictos internos, en aque momento de su vida.
Normalmente el contenido de la historia elegida no tiene nada que ver con la
vida externa del paciente, pero sí con sus problemas internos, que parecen
incomprensibles y, por lo tanto, insolubles. El cuento no se refiere de modo
plausible al mundo externo, aunque empiece de manera realista e invente
personajes cotidianos. La naturaleza irreal de estas historias (a la que ponen
objeciones los que tienden exageradamente al racionalismo) es un mecanismo
importante, ya que pone de manifiesto que el cuento de hadas no está interesado
en una información útil acerca del mundo externo, sino en los procesos internos
que tienen lugar en el individuo.
Esta observación revela el origen de la aversión de los adultos a contar
cuentos de hadas: no nos sentimos a gusto con la idea de que a veces parezcamos
gigantes amenazadores a los ojos de nuestros hijos. Por otra parte, tampoco
queremos aceptar que piensen que resulta muy fácil engañarnos, o hacernos hacer
el ridículo, y tampoco nos gusta que se sientan complacidos ante esta idea. Pero
tanto si les contamos cuentos como si no, les parecemos, —como nos muestra el
ejemplo de este niño— gigantes egoístas que deseamos conservar para nosotros
mismos todas las cosas maravillosas que nos proporcionan poder. Los cuentos de
hadas mantienen en los niños la esperanza de que algún día podrán aprovecharse
del gigante, es decir, podrán crecer hasta convertirse en gigantes y alcanzar los
mismos poderes. Esta es «la gran esperanza que nos hace hombres».
Si nosotros, padres, contamos estos cuentos a nuestros hijos, les
proporcionaremos un importante factor: la seguridad de que aceptamos su juego
de pensar que pueden llegar a aprovecharse de estos gigantes. En este caso, es
muy distinto que el niño lea la historia a que se la cuenten, pues al leerla solo, el
niño puede pensar que únicamente un extraño —la persona que escribió el cuento o
que preparó el libro— aprueba el hecho de engañar y derribar a un gigante. Sin
embargo, si los padres le cuentan la historia, el niño puede estar seguro de que
aprueban su fantástica venganza a la amenaza que comporta el dominio del adulto.
La diferencia entre el mito y el cuento de hadas se refleja en el hecho de
que el primero nos explica directamente que las dos mujeres que se dirigen a
Hércules son el Placer Ocioso y la Virtud. Al igual que los personajes de un cuento
de hadas, estas dos mujeres son la personificación de las conflictivas tendencias
internas y los pensamientos del héroe. En éste se las describe a ambas como
alternativas, aunque en realidad no lo sean; entre el Placer Ocioso y la Virtud
debemos elegir esta última. En cambio, el cuento de hadas no nos enfrenta nunca
tan directamente ni nos dice abiertamente qué hemos de escoger. Por el contrario,
el cuento de hadas ayuda a los niños a desarrollar el deseo de una consciencia
superior a través del contenido de la historia. Nos convence por el atractivo
resultado de los sucesos, que nos tienta, y por el llamamiento que hace a nuestra
imaginación.

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